El Hotel Nacional de Río de Janeiro reabrió el pasado 24 de octubre. La propuesta es rescatar su historia y su espíritu carioca.
Por Claudio Magnavita
Cuando la avenida Niemeyer funcionaba plenamente arrancaba suspiros de los turistas.
Después de todo, era una de las avenidas más bellas de Río de Janeiro. Quien salía de Leblon en dirección hacia Barra, después de serpentear por tramos que obligaban a los vehículos a viajar a unos centímetros del muro de piedra, llegaba, después de la última curva, a una vista sorprendente de San Conrado. Una verdadera postal en la que se destacaba la imponente
torre cilíndrica del Hotel Nacional.
El efecto deseado por el arquitecto se percibe hasta nuestros días. Un edificio que sea absorbido por las curvas y el magnífico paisaje en absoluta armonía. Un hito para la arquitectura.
Los muebles de los salones principales están siendo emplazados para aportar todo el lujo, porque en este mes de septiembre el hotel abre nuevamente sus puertas, pero esta vez bajo su propia marca.
Su reapertura como Gran Meliá en los Juegos Olímpicos mostró la fuerza del bello conjunto, que sigue siendo impactante y preserva toda la belleza del proyecto firmado por Oscar Niemeyer.
Su apertura en el 2016 se vio reflejada en importantes medios nacionales e internacionales.
Era el regreso de un icono que estuvo cerrado por dos décadas.
La operadora española contratada para administrar el complejo enfrentó muchos problemas.
Atrasos en las obras que hicieron que comenzara a operar con solo una parte de las habitaciones habilitadas y la finalización del Centro de Convenciones, postergado a la espera de la aprobación de una nueva legislación que permitiera el regreso del juego legal a la ciudad.
El hotel habría podido albergar el primer Casino de Rio de Janeiro y parte de los inversores habían apostado a eso.
Sin poder contar con el área de eventos, el hotel en esta fase limitó su propuesta al hospedaje, reduciendo drásticamente la posibilidad de facturación. Al final del contrato Meliá salió de la gestión y los propietarios prefirieron cerrar sus actividades, las que serán retomadas el 24 de octubre.
Los socios apuestan a una vuelta al pasado de gloria, al rescate del alma carioca representada por el hotel. Quieren concluir rápidamente el Centro de Convenciones y ofrecer a la ciudad un espacio de mediano porte. Que tanta falta le hace para beneficio de la hotelería de la zona sur.
El hotel ya abre con reservas para los turistas que vienen a Rock in Rio.
El origen
Quien pasa por el Hotel Nacional puede no darse cuenta que a su llegada hace 48 años revolucionó el turismo brasilero.
Faltaban pocos días para el carnaval de 1972, y para el pequeño grupo que rodeaba a aquel inquieto señor de cabellos grises, impecablemente peinados hacia atrás, el clima era de electricidad total. Se oía el barullo de los visitantes, y se veía un verdadero hormiguero de operarios y empleados cargando pequeños objetos para las 520 habitaciones por las cuales estaba llamado a ser “El Mejor Hotel de América del Sur”. Siempre seguido por asistentes José Tijurs, el anfitrión, acompañaba personalmente los detalles finales para la apertura de su obra más importante: el Hotel Nacional.
Los directores Caribé da Rocha, Orlando Santos y Manuel García (el superintendente) formaban parte del grupo, con el nuevo relacionista público del hotel, el veterano Oscar Omstein. También los directores José Bonazza y Walfrido Villela, que acompañaban el sube y baja de Tijurs, cai en ritmo de reunión permanente de directorio. Las atenciones se dividían
con Leo Henrique Tijurs, designado vicepresidente por su padre y que en su presencia sabía que raramente tendría posibilidad de opinar. Entre ellos el más eufórico era Caribé, su entusiasmo solo era superado por el del jefe, con quien contrastaba en tamaño (era mucho más alto que Tijurs), pero manteniendo el mismo corte de pelo. Él ahora era una figura importante en el nacimiento de un gran hotel. No era apenas un establecimiento de hospedaje, era más que un complejo que incluía teatro, centro de convenciones, boite y más espacio para albergar un gran Casino, ya que el regreso del juego ocupaba uno de los reclamos de la época y se apostaba alto a poder tener un casino show.
La vida le daba una segunda oportunidad a Caribé quien aproximadamente 20 años atrás, exactamente el 30 de abril de 1946, como Director del Casino del Copacabana Palace Hotel tuvo la misión de informar a los pasajeros presentes que cerraban la sala de juegos, la última partida de ruleta.
Anuncio que Caribé hizo con voz quebrada y con tono solemne. Él sabía que el decreto del Presidente Dutra iba a generar desempleo de artistas poniendo fin a una era dorada de la noche carioca, donde había brillado como una de las personas más influyentes.
Pero Caribe estaba de regreso siguiendo los pasos de aquel petiso judío de origen ruso y nacido en Argentina –naturalizado brasilero.
José Tjurs, un apasionado por el teatro y por la vida artística, además de rescatar a caribe trajo también a Oscar Ornstein para relaciones públicas del nuevo hotel. Durante los 23 años que había estado en el Copa la dupla realizó grandes shows entre ellos Edith Piaf, Gilbert Becaud, Sasha Distel, Charles Aznavour e Yves Montand. En el reencuentro de los dos ya trazaban
planes para lo que podrían hacer. Aquella inauguración tenía que salir perfecta. Era para ellos el regreso de una vida que ya juzgaban perdida.
Una de las preocupaciones del grupo era calmar la ira de Oscar Niemeyer. El arquitecto decía que el proyecto original había sido traicionado. Acusaba a Tijurs de haber usado “revestimientos deplorables que comprometían la armonía”.
Con el General Médici a cargo de la presidencia del país, el periodo del hotel coincidió con el auto exilio de Niemeyer, que tenía varios proyectos en Europa y África. Su cliente ya no ocultó el gusto de dejar su marca personal.
Quedaba bien claro que era Tijurs quien daba la última palabra y promovía los ajustes. Desde el inicio de los 50 pisos previstos, solamente se construyeron 30. La majestuosa torre de vidrio con 20 habitaciones por planta, fue erguida sin agredir al paisaje de san Conrado. Su propuesta fue una temeridad de Niemeyer, que llevo el proyecto a su cliente que esperaba un gran bloque de cemento semejante el Conjunto Nacional, que había construido una década antes en San Pablo.
Para concretarlo sucedió algo imposible. Los dos terrenos que ocuparían el hotel estaban atravesados por una calle. Se hizo una excepción en la legislación y la sección pública fue unificada por el volumen del sótano. Un jardín de Burle Marx fue construido sobre el sinuoso hormigón del techo. La calle pasó por debajo.
Las invitaciones fueron distribuidas para una gran fiesta para el 1 de febrero. Quien haya visitado las obras una semana antes encontraría que esto iba a ser imposible.
El gerente general Ralph Reder pasaba las noches acompañando el armado de las habitaciones. Luego después de la inauguración el hotel estaría reservado para el Carnaval. Las reservas se habían agotado a fines de 1971 y las diarias se habían vendido entre 40 y 50 dólares, una fortuna para la época. Un hotel recién inaugurado con empleados aún en entrenamiento y con una ocupación máxima era un sueño. Reder no quería que el hotel se
estrenase de esta forma. Y una de las preocupaciones se confirmó: la torre de vidrio, como otras obras de Niemeyer, no resistió al efecto estufa del sol y los 40 grados del verano carioca dejaban a las habitaciones muy calientes.
La semana estaría muy ocupada. El carnaval de 1972 prometía ser especial. La previsión era de 300 mil turistas. Una vez más la ciudad, a pesar de las promesas del Gobierno de Guanabara, no logró poner las decoraciones a tiempo. El baile de Hawaii se realizaría el viernes, el día 4 de febrero, en el Yacht Club y prometía según los organizadores “cuatro damas por cada
caballero”. El mismo día 4, Mangueira inauguraba el Palacio do Samba, comenzando al medio día sin hora de finalización. EL precio de las gradas en la Presidente Vargas costaba de 20 a 200 cruzeiros (el valor de una noche en un hotel del lujo). Las más caras eran de categoría turismo especial y se ubicaban en la parte metálica con techo. Las más baratas eran en gradas de madera y descubiertas.
Portela llegó con el tema “YlêAiê (Terra daVida em Nagô)”, Mangueira con el tema “Carnaval dos Carnavais”, e Império Serrano homenajeó a Carmen Miranda con el enredo “A Pequena Notável”. Salgueiro, en actitud hasta entonces inédita, homenajeaba a Mangueira.
Sin embargo lo que más querían los huéspedes del Nacional era asistir al Baile de Gala del Teatro Municipal, que estaba con todos los camarotes reservados. El ingreso individual costaba casi lo mismo que un día en el Hotel. El tema era curioso: “Feliz universo mágico ozonizado”. El punto alto era el baile de disfraces. Más curioso aún fue que la Secretaría de turismo resolviera aquel año suprimir el desfile, con los competidores solo actuando en el escenario, lo que generó una fuerte protesta de Evandro de Castro Lima y de Clóvis Bornay contra la medida, alegando que no gastarían tanto dinero “para una presentación de dos minutos”. La amenaza de boicot de las dos estrellas surtió efecto y el desfile regresó para la alegría de todos.
El hotel nació en el mismo mes que llegaba la TV de color a Brasil. La primer transmisión a colores se realizó dos semanas después de la apertura del Hotel Nacional, el 18 de febrero, y una de las pruebas fue la Fiesta de la Uva de Caxias do Sul, con la presencia del presidente Médici.
La TV a color amenazaba con ahuyentar al público de los cines, era el gran temor de los exhibidores, que aquella semana pasaban El Gran Sheriff, de Mazzaropi y Roberto Carlos a 300 km por hora. El meloso Love Story continuaba tras 7 meses de éxito. Una TV Philco se vendía por 7360 cruzeiros. Monto que alcanzaba para vivir un mes en el Hotel Nacional y se podían comprar dos camarotes en el baile del Teatro Municipal.