Su casco antiguo, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, transporta a los visitantes a otra época, mientras que la tecnología trabaja a pasos agigantados para incorporar a su vida cotidiana nuevos robots.
Bajo los pies de los visitantes, las piedras milenarias susurran historias de glaciares y de una ciudad que desafió al tiempo. El casco antiguo, un tesoro medieval, convive en armonía con barrios industriales revitalizados, donde la innovación florece en cada rincón. Un viaje a Tallin es un viaje a través de los siglos.
La ciudad y sus adoquines hablan de un lugar de ochocientos años que conserva sus casas, sus torres, la muralla como en los viejos tiempos. Será por eso que la leyenda que circula explica que ni siquiera la guerra fue capaz de derrumbar los muros. Entre los lugareños se comenta que cuando pasaron los aviones que venían de San Petersburgo, el 9 de marzo de 1944, los pilotos vieron desde el cielo una ciudad tan hermosa que esperaron treinta segundos para soltar las bombas. Solo cayó un edificio importante, la iglesia de San Nicolás, aunque el fuego posterior que viajó por los tejados, también destruyó la torre del Ayuntamiento y diversas casas.
En Tallin viven 400.000 personas (en Estonia, 1,3 millones). Es un territorio pequeño del Mar Báltico dominado durante siglos por daneses, alemanes, suecos y rusos. Su primera independencia fue en 1918, tras el final de la I Guerra Mundial, el conflicto global, y su guerra particular contra las tropas rusas. La segunda, en 1991, cuando dejó de formar parte de la URSS. Actualmente hay barriadas enteras de edificios de época comunista construidos para los JJ.OO. de Moscú, donde viven rusos que apenas hablan estonio. Ambas comunidades se mantienen alejadas.
Actualmente junto a la vieja Tallin, se construye una ciudad que apuesta al futuro, donde conviven robots y piedras del pasado, lo cual contrastan fuertemente. Lo cierto es que los turistas llegan apresurados a la ciudad medieval para ver la puerta de Viru, la entrada más conocida al casco histórico. En Tallin quedan 26 torres, casi dos kilómetros de muralla y seis puertas.
Pero la tecnología marca a esta ciudad que es pionera en el uso de robots para realizar entregas a domicilio. Estos pequeños vehículos autónomos recorren las calles transportando comida y paquetes desde restaurantes y tiendas hasta las casas de los clientes. Los robots están equipados con sensores y cámaras que les permiten navegar de forma autónoma, evitando obstáculos y respetando las normas de tráfico. Los clientes reciben una notificación cuando el robot llega a su destino, y pueden abrir un compartimento seguro para escoger su pedido.
Los robots reducen los tiempos de entrega y optimizan las rutas, contribuyen a reducir el tráfico y las emisiones de carbono y le permite a los clientes, recibir sus pedidos sin tener que salir de casa.
La ciudad cuenta con una infraestructura adecuada y una población abierta a las nuevas tecnologías. Actualmente, están trabajando sobre otras aplicaciones tecnológicas que permitirán entregar paquetes, recoger los residuos o asistir a personas mayores.