Desde 1945, La Trochita, el Viejo Expreso Patagónico, recorre la vasta estepa como un viajero eterno, reflejo vivo de la identidad del sur argentino. Este tren ha bordado con su noble porte los paisajes idílicos que enmarcan su angosta trocha de 75 centímetros, un rasgo distintivo que no hizo más que realzar su presencia imponente y dejar una marca indeleble en la historia de la región. Es además, un contador de historias, un cronista que, con cada sonido, revive un tiempo donde el progreso se vestía de hierro y vapor.
Además, este tren con silueta de hierro, enamora a los visitantes desde que apareció por primera vez en Esquel, y tejió un lazo entre la naturaleza y el hombre, en las tierras patagónicas.
En su juventud, las largas formaciones de vagones, cargados primero con mercancías y luego con sueños de pasajeros, fortalecieron la economía y la comunicación en la región. Hoy, lejos de perder su vitalidad, La Trochita se convirtió en un guardián de recuerdos y un atractivo turístico.
El circuito actual es una muestra acotada de un recorrido que en su totalidad abarcaba más de 400 kilómetros, atravesando puentes, túneles y más de 600 curvas.
Declarado Monumento Histórico Nacional en 1999, La Trochita es uno de los cinco trenes de trocha angosta a vapor que aún circulan por el mundo, llevando consigo el eco de un siglo que se niega a desvanecerse.
Al atravesar el paseo ferroviario, el visitante inicia un viaje pausado en el tiempo, donde cada paso lo adentra en una era lejana. En medio de la tecnología y las comodidades modernas, los antiguos faroles, el mobiliario de antaño, y los archivos periodísticos y fotográficos evocan los primeros años del siglo pasado. Cada objeto es un ancla que arraiga al visitante en un pasado palpable, invitándolo a ser no solo un espectador, sino un protagonista activo de esta travesía multisensorial.
Al abordar el centenario vagón de madera, de origen belga, se ocupa un asiento en los bancos también de madera que, sin lujos, ofrecen autenticidad. No hay altavoces ni pantallas digitales, solo el sonido de las campanadas que el guarda hace resonar desde el andén, señalando el inicio del viaje. Una densa nube de vapor se alza desde la legendaria locomotora, mientras el silbido del tren se entrelaza con el repiqueteo rítmico sobre los rieles y durmientes de la trocha angosta, abriendo la puerta a una experiencia cargada de magia.
El guarda se acerca para marcar los boletos, su presencia evoca el ritual de otro tiempo. En el centro del vagón, una salamandra sigue cumpliendo su labor, calentando el ambiente en las épocas de frío y llenando el aire con el característico aroma de la madera al contacto con el fuego. A un lado, la ventana actúa como un puente entre el interior y el exterior, un matrimonio perfecto entre la profundidad de la naturaleza y la majestuosidad del tren, que avanza con calma, pero con firmeza hacia la estación de Nahuel Pan.
Durante el trayecto, quienes están a bordo pueden recorrer y explorar la formación, cruzando de vagón en vagón a través de puertas que rechinan con el paso del tiempo. Al llegar al comedor, el visitante se acomoda en una de las mesas mientras el paisaje natural se despliega ante sus ojos como un desfile de postales paradisíacas. Saborear un chocolate caliente acompañado de un roll de canela, y en una de las más de 40 curvas del recorrido, se vislumbra la locomotora desafiando el viento y atravesando la nube de vapor. Luego de una hora de la partida, el tren llega a su destino: la estación de Nahuel Pan. El tiempo de espera, unos 45 minutos, permite acondicionar la formación para el regreso a Esquel, y mientras tanto se puede visitar el museo que expone la cultura mapuche-tehuelche antes de emprender el viaje de vuelta.
El circuito actual es una versión condensada de un recorrido que en su totalidad abarcaba más de 400 kilómetros, atravesando puentes, túneles y más de 600 curvas. Desde la ventana, al observar los rieles, se ve plasmado el esfuerzo que significó su construcción, realizada íntegramente a pico y pala.
Hoy en día, un tren con más de cien años sigue avanzando con altivez y majestuosidad sobre sus vías originales. Cada tablón de los vagones, cada caldera, y cada engranaje de las locomotoras cuentan una historia de amor y dedicación.
El Viejo Expreso Patagónico es mucho más que un tren; es una puerta abierta a un viaje en el tiempo. Es una invitación a trasladarse a épocas pasadas, a experimentar el trayecto tal como lo hicieron hombres, mujeres y niños en tiempos en los que solo este tren era su medio de desplazamiento.
Durante este mes habrá salidas programadas los sábados a las 10 de la mañana, durante octubre y noviembre se van ampliando la cantidad de días. Los visitantes que vivan esta experiencia no solo podrán deleitarse con la historia, leyendas y anécdotas sino también con cada paisaje que se les vaya presentando en el trayecto.