La observación de aves, también llamada “aviturismo” o “birdwatching”, es una de las actividades del turismo de naturaleza que en los últimos años tuvo un crecimiento exponencial a nivel mundial. BirdLife International, líder en conservación de aves que nuclea a 121 ONGs (Organizaciones No Gubernamentales) alrededor del mundo -y trabaja en proyectos para la conservación no sólo de aves, sino también de la naturaleza- afirma que existen más de 76 millones de observadores y fotógrafos de aves en el mundo.
El birdwatching es una de las actividades ecoturísticas y sostenibles con mayor tendencia a desarrollarse en espacios naturales, urbanos y rurales sin la necesidad de grandes inversiones a nivel de infraestructura. Esto es comprobable al realizar salidas de campo para el avistaje de aves, donde en principio se requiere de binoculares, una guía de aves y la atención necesaria para divisar las especies, escuchar su canto u observar su comportamiento. También es una actividad recreativa, pero además puede resultar beneficiosa para la salud. Existen estudios que fueron llevados a cabo para dar un fundamento científico a la relación entre bienestar y observación de aves, como el artículo “Doses of Neighborhood Nature: The Benefits For Mental Health of Living With Nature” publicado por la revista BioScience.
La observación de aves es una actividad social que invita a conectar con la naturaleza en compañía de colegas, amigos, familiares o aficionados que comparten un interés común. Más allá de simplemente identificar especies, esta práctica incluye actividades como caminatas, elaboración de listas, grabación de sonidos, fotografía, y momentos de interacción social entre los participantes.
Salir a observar aves, conocido también como “pajarear” por muchos entusiastas, es una experiencia que trasciende lo visual. Es una oportunidad para disfrutar del aire libre, admirar las características geográficas del entorno y redescubrir los tesoros vivos que el mundo natural aún tiene para ofrecer. Una invitación a maravillarse y reconectarse con la esencia de la vida silvestre.
La ciudad capital y el área metropolitana de Córdoba es parte de la ruta migratoria de las Américas, la más rica en especies del mundo: alberga más de 2.000 especies de aves diferentes. Abarca desde Tierra del Fuego hasta el Círculo Polar Ártico, y contiene tres rutas migratorias que cruzan 35 países: 90 especies están amenazadas a nivel mundial.
En Córdoba y los alrededores se registraron unas 250 especies de aves, lo que representa el 57% del total de la avifauna provincial, distribuidas en la áreas verdes de mayor extensión y heterogeneidad ambiental del ejido urbano.
Se trata de la Reserva Natural Urbana General San Martín y la Reserva de la Defensa La Calera, a la cual debería incluirse la Reserva Natural Bamba (La Calera) cuyo cuerpo de agua principal, el río Suquía, constituye un verdadero corredor biológico que vincula ambientes tan dispares como el dique San Roque y las sierras de Punilla, la ciudad de Córdoba y en su desembocadura en la laguna Mar Chiquita, Reserva Natural de Uso Múltiple, Sitio Living Lake y de la Red de Reservas Hemisféricas para Aves Playeras, Sitio Ramsar y ambientes diversos que forman parte del recientemente declarado Parque Nacional Ansenuza.
De las 240 especies de aves registradas en el área metropolitana de Córdoba (55% del total de la avifauna provincial) se mencionan solo algunas, ya sea por el valor especial según su status de conservación (como por ejemplo Carpintero Negro, Reinamora Grande, Rey del Bosque, Charata, Gallito de Collar, Colibrí Cometa, etcétera) o por ser especies endémicas, es decir, restringidas a un sector geográfico limitado de nuestro país (Monterita Canela, Yal Carbonero, etc.).
También hay especies que son migrantes desde el sur argentino (Sobrepuesto, Monjita Coronada, por ejemplo), o desde el norte de América del Sur (Tijereta, Golondrina Parda, Churrinche, Benteveo Rayado) o migratorias desde Estados Unidos y Canadá (Zorzalito Boreal, Batitú, Golondrina Rabadilla Canela, entre otras).