La provincia de Buenos Aires guarda postales que en primavera se vuelven inolvidables. Desde la costa atlántica hasta la ribera del Río de la Plata, pasando por los pueblos del interior, cada atardecer tiñe el cielo de colores y convierte la merienda en un momento único. Monte Hermoso, Punta Indio y Suipacha son tres destinos donde la naturaleza, la calma y los sabores se encuentran en una experiencia perfecta.
Monte Hermoso deslumbra con un secreto que no comparte ninguna otra playa argentina: allí se puede ver el sol salir y ponerse sobre el mar. En primavera, sin la multitud del verano, la arena se vuelve un refugio sereno para caminar, respirar y dejarse envolver por la luz dorada del atardecer. Frente a ese paisaje, una merienda en Sara Pastelería completa el ritual, con propuestas caseras que van desde cheesecake hasta alfajores de pistacho. El Faro Recalada, el más alto de Sudamérica, se alza cerca y multiplica las postales que regala el horizonte.
En Punta Indio, la ruta entre arboledas anuncia la llegada al Río de la Plata, que al caer la tarde se transforma en un espejo encendido de tonos dorados. La calma es la protagonista, apenas interrumpida por el canto de las aves. Allí, el encuentro con los sabores se da en espacios como La Once, con cafetería y opciones caseras, o en el Parador Indiana, que rescata una antigua estación de servicio y la convierte en un lugar con alma, donde se sirven platos salados y dulces de cocina casera.
Suipacha, en el corazón del campo bonaerense, invita a detenerse en el horizonte abierto. Tierra de quesos por excelencia, conserva la tradición de tambos familiares y fábricas artesanales que dan identidad al pueblo. Una picada con brie, gouda o quesos frescos es la excusa ideal para merendar mientras el cielo se tiñe de naranja y violeta. La ruta del sabor se combina con el paisaje rural y el aroma a campo, en un atardecer que parece no terminar nunca.
La primavera bonaerense regala esa mezcla de naturaleza y simpleza que se convierte en recuerdo. Cada rincón ofrece un cielo distinto, cada merienda un sabor para atesorar. Y lo que queda después de la foto o del bocado es la certeza de que la provincia siempre guarda un lugar donde el tiempo se detiene y lo esencial vuelve a tener valor.