Otoño, invierno y los inicios de la primavera son momentos ideales para viajar con calma, ahorrar y vivir experiencias más auténticas. Sin multitudes, cada lugar se disfruta de otra manera: desde un chocolate con churros en Madrid hasta perderse en callecitas blancas de Andalucía sin el calor del verano.

Setenil de las Bodegas sorprende en octubre con su Fiesta de Moros y Cristianos, mientras que en la costa mediterránea las playas se vuelven solitarias y perfectas para conectar con la naturaleza o descubrir islas tranquilas como Tabarca o La Graciosa. En Galicia florecen las camelias en pleno invierno, y en Mallorca los almendros tiñen de blanco la sierra de Tramuntana.

El otoño es tiempo de bosques mágicos como Muniellos o la Selva de Irati, de cruceros fluviales por los cañones del Duero y de vendimias en La Rioja y Ribera del Duero. También es la estación de la berrea del ciervo y de miles de aves que llegan a Doñana, un espectáculo natural único.

Para quienes buscan aventura, los Pirineos ofrecen paisajes nevados que se recorren en trineos tirados por perros. Y para quienes prefieren la calma, nada como sumergirse en aguas termales al aire libre en Ourense o dejarse llevar en un tren de época por valles nevados.

La magia también está bajo tierra, en cuevas como las del Drach o la Gruta de las Maravillas, y en el cielo, donde lluvias de estrellas y hasta auroras boreales tiñen de colores el horizonte.

Y si la búsqueda es espiritual, nada como hacer el Camino de Santiago en temporada baja o alojarse en antiguos monasterios convertidos en hoteles con chimenea y paisajes que invitan a la paz.

Viajar fuera de temporada no solo es más económico, también es la mejor manera de descubrir otra cara de cada destino: la más auténtica, íntima y serena.