Pueblos escondidos entre las nubes

Salta guarda muy celosamente tesoros a más de 2000 metros de altura. Son los pueblos de Iruya, Cachi y Santa Rosa de Tastil. ¡Allá vamos!

El camino de tierra y piedras atraviesa cerros casi sin vegetación de un color uniforme, en medio de la soledad se descubren unas manchitas de color marrón y blanco que se mueven armoniosamente, son las vicuñas, tan preciadas por su delicada lana que se cotiza por gramos (como si fuera oro). Por suerte hace ya muchos años se las ha protegido y ahora es posible ver algunas manadas en la inmensidad de los cerros y valles del noroeste.

Después de atravesar el lecho del río seco (por eso la época ideal es viajar en invierno, cuando no hay lluvias) nos parece descubrir a lo lejos y en lo alto unas construcciones en donde se destaca un edificio blanco de líneas muy sencillas que por la cruz de madera en su portada nos indica que se trata de una iglesia. Acabamos de llegar a Iruya.

Un pueblo perdido en el tiempo

Iruya pertenece a Salta pero se accede a él por tierras jujeñas. Está a 2780 metros sobre el nivel del mar y a 340 kilómetros de la ciudad capital de Salta. Desde Humahuaca hay que llegar hasta la estación Iturbe y después de pasar por el Abra del Cóndor a 4000 metros de altura (límite entre las dos provincias) comienza el descenso a lo largo de 19 kilómetros hasta que se divisa la entrada al maravilloso pueblo. A lo largo de estos 19 km, uno se sumerge en la variedad más insólita de colores, que van del verde al morado o violeta, pasando por el amarillo y el azul metálico. La montaña, en conjunto con las quebradas, ofrece caprichosas y curiosas formas que se desdibujan en el lecho del río Colanzulí, por donde corre el camino.

Al llegar a Iruya, (cuyo nombre significa “Paja brava” o “Lugar de los pastos altos” en quechua) la primera impresión es que se trata de un pueblo “colgado en la montaña”, o más bien, de una isla, que está rodeado por los ríos Colanzulí (Iruya) y Milmahuasi.

Visitar Iruya es recorrer el pasado, es conocer la gente de esta tierra, es adentrarse en sus costumbres y en la cultura producto de las tradiciones collas y españolas que se mantienen más vivas que nunca. Aquí, los habitantes, vestimentas, costumbres y viviendas han mantenido su tradición a lo largo de casi 270 años. El poblado conserva sus calles angostas y empedradas, con casa de adobes, piedras y paja.

Entre montañas y dormido en el tiempo, Iruya es un pueblo de ensueño. Su iglesia, sus casas y empinadas callecitas de piedra hablan de las formas típicas de la vida de su gente. Aquí el tiempo toma otra dimensión y los minutos duran más de sesenta segundos.

Como salido de una postal, Iruya invita al descanso y a la meditación, pero también al asombro a través de cabalgatas, caminatas o la práctica de trekking.

La más importante de todas las festividades tiene lugar el primer fin de semana de octubre, con los cultos de la Virgen del Rosario, donde lo pagano y lo religioso se confunden en un sincretismo único.
Cientos de lugareños movidos por su fe participan de los actos religiosos cantando, rezando y ejecutando instrumentos autóctonos (quenas, cajas y sikus). Acompañan la música con el baile típico de los “cachis”, un grupo de disfrazados con máscaras cuya danza simboliza la eterna lucha del bien y el mal.
Al pie de Iruya, en el lecho de su río, se origina el comercio de trueque establecido entre sus pobladores, los habitantes de la Alta Puna y localidades aledañas.

El camino para el tránsito automotor termina, solamente a lomo de mula es posible realizar un viaje al interior del departamento, donde se presenta el paisaje montañoso en toda su agresividad y magnitud. Siguiendo el lecho de los que surcan el interior, se aprecian quebradas de diferentes formas y colores. La piedra laja, en algunos tramos ha formando paredes de contención del río. Además, rompiendo la impotencia del paisaje, están los pequeños espacios cultivables, con alfalfares y álamos.

A 40 km. Aproximadamente de la cabecera departamental en los faldeos de la montaña, debido al clima sub-tropical y a la proximidad de Orán, el paisaje tropical comienza a invadir la montaña.

Santa Rosa de Tastil

Casi invisible y protegido por su estratégica ubicación, este pueblo típico de la cultura andina emerge en lo alto de las colinas de Santa Rosa de Tastil a 3200 metros sobre el nivel del mar.
Tastil es uno de los poblados preincaicos de estructura urbana más completa del Noroeste argentino por la distribución urbanística de sus viviendas.

El yacimiento arqueológico se encuentra entre las quebradas de los ríos Tastil y Las Cuevas, abarca 12 hectáreas con 440 casas, donde habitaron en su apogeo entre 2000 y 3000 habitantes. Las sinuosas calles forman un laberinto que converge en el centro en una especie de plaza.

Sobre las 12 hectáreas se hicieron viviendas simples, de un recinto (ubicadas en el sector noroeste del yacimiento) y complejas con varios recintos de formas cuadrangulares.

Las piedras sagradas
Algunas manifestaciones artísticas de la cultura andina se conservan en 4.800 bloques de piedra en Santa Rosa de Tastil, a cien kilómetros de Salta. Estas representaciones con sentido mágico religioso fueron realizadas entre el 900 y 1.500 en unas colinas cercanas al poblado preincaico. Los dibujos en las piedras talladas representan los distintos cultos que los andinos ofrecían a sus dioses. Las llamas son los motivos más frecuentes que se encuentran en las piedras grabadas de Tastil. Otros motivos rupestres son los felinos, ofidios, suris (ñandúes), figuras geométricas (zigzag). En las rocas también hicieron representaciones de figuras humanas y de máscaras.

Cachi

Envuelto por serranías de todos los colores y bendecido por el río Calchaquí, Cachi es un bálsamo para el espíritu. Situado a 157 kilómetros de Salta capital y a 165 de Cafayate, los dos lugares más visitados de los Valles Calchaquíes. En sus entrañas conserva la identidad de un pueblo apacible donde todos se conocen y protege a más de cien sitios arqueológicos. Aquí, la magia de las noches emerge cuando el silencio se escucha.

A 2.280 metros sobre el nivel del mar recibe a sus visitantes con una esencia particular que lo distingue como un pueblo calchaquí detenido en el tiempo. Con su cumbre siempre blanca, el Nevado de Cachi o “Blanco Peñón de la Soledad” (cuenta con nueve cumbres y la más alta alcanza los 6720 metros) es uno de sus tesoros que le otorga un marco especial al poblado que congrega a unos seis mil habitantes en todo el departamento.
El origen del pueblo se remonta a 1673. La plaza cercada por una pirca de piedra emula a los centros de reuniones de los ancestrales habitantes de la zona (los indios chicoanas). A un costado se encuentra la iglesia de Cachi, declarada en 1945 monumento histórico nacional. Con su estilo neogótico mantiene también una particularidad de los valles: su techo, el altar, el confesionario y los marcos de los cuadros son de cardón, una madera típica de la zona.
En la otra esquina está el Museo Arqueológico “Pío Pablo Díaz” donde se conservan una 5.000 piezas que relatan más de diez mil años de historia, desde el 800 antes de Cristo hasta el 1.600 después de Cristo. Cachi significa en lengua kakana (la lengua más antigua) “sal”. Los aborígenes habían confundido la plateada cumbre del nevado de Cachi con una salina.

Para llegar a este apacible y tradicional pueblo por tierra se toma la ruta provincial 68 hasta Chicoana y después por la ruta provincial 33 que recorre la quebrada de Escoipe para internarse luego en la serpenteante Cuesta del Obispo flanqueada por montañas aterciopeladas y por un vertiginoso precipicio. Aquí, el punto más alto se encuentra en Piedra del Molino con 3.348 metros sobre el nivel del mar. Más allá se atraviesa la famosa recta del TinTin (parte de los 23 mil kilómetros de Caminos del Inca) erizada de cardones cuando se cruza el Parque Nacional Los Cardones.
Finalmente, después de tres horas de viaje en auto se llega al poblado que duerme a un costado del río Calchaquí. Otro de los caminos por los que se puede acceder a Cachi es por la ruta nacional 40, que comunica hacia el Norte con la Poma y Los Andes y hacia el Sur con Molinos y Cafayate.

Molinos

Molinos es una población serrana de los Valles Calchaquíes fundada a mediados del siglo XVII. Su trazado es irregular con casas de adobe y tejados de tierra, con galerías y pórticos.
Se encuentra a 210 kilómetros de la ciudad de Salta y a 116 de Cafayate. No se puede dejar de visitar su iglesia parroquial, construida en 1.639, donde reposan los restos momificados del último gobernador español Nicolás Severo de Isasmendi. Frente a la iglesia se encuentra la casa hacienda de Isasmendi, convertida hoy en el “Hostal de Molinos”.

Los ríos Luracatao y Amaicha cobijan las 18 hectáreas del criadero de vicuñas “Coquena”, situado a menos de cinco kilómetros del pueblo de Molinos. En este refugio habitan unas 100 vicuñas en semi cautiverio para obtener una fibra mucho más fina que en Bolivia y Perú. Aquí, se retomó una técnica ancestral, la de los quichuas para esquilar la lana de vicuña, una especie en peligro de extinción, porque para obtener su fibra (una de las más livianas y finas de origen animal, por ende la más cara), todavía las matan. Un poncho de lana de vicuña puede costar hasta 3.000 dólares y se necesitan 12 vicuñas para confeccionar uno.



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