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Un monstruo de dos cabezas

Un monstruo de dos cabezas

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Argentina atraviesa una nueva crisis económica que se agudizo con la pandemia del Covid 19 y que de una manera muy particular afecta al turismo. 

Cuando el Tesoro Nacional se encuentra escaso de reservas de divisas y las exportaciones no alcanzan suele recurrir a medidas extremas.
Los más viejos hablan de que Argentina es cíclica, y que por lo tanto suele repetir los mismos errores una y otra vez.
Allá por el 2001, cuando la economía también explotaba por los aires y sólo se escuchaban las cacerolas y los gritos de que “se vayan todos”, el turismo fue una tabla de salvación para la economía autóctona, porque rápidamente aportó divisas y generó empleo a lo largo y ancho del país.
En este nuevo ciclo de crisis, la actividad turística puede convertirse otra vez en fuente de ingreso de divisas y cuenta con todos los recursos necesarios para ello.
Pero el turismo no es sólo un camino de ida.
Para que la actividad funcione necesita que los aviones traigan y lleven pasajeros, y es ahí donde se complica la ecuación, porque las divisas que entran también salen en concepto de turismo; sólo que aquí son más la que salen que las que entran.
Para evitar que este fenómeno económico suceda, al turista argentino se lo castiga con impuestos, tasas, anticipos de otros impuestos. Se le impide pagar en cuotas, no puede comprar moneda extranjera y hasta se lo estigmatiza. Como si ganar dinero honradamente y gastarlo en viajes al exterior fuera una traición a la patria, o casi.
Estas son las dos caras de la moneda que muestra el turismo y ambas son tan reales como que Argentina es un país rico y pobre a la vez.
Cada turista que pisa suelo argentino gasta en alojamiento, gastronomía, transporte, excursiones, entretenimientos. Realiza compras y genera con sus gastos la necesidad de un sinnúmero de puestos de trabajo. Además, esos gastos son pagados con divisas, sea en tarjetas de crédito o en efectivo.
Ese ingreso de moneda extranjera es considerado una exportación no tradicional. Entran divisas a cambio de servicios turísticos.
Para evitar que ese dinero se volatilice en el bosque de los arbolitos, la administración Fernández creó el dólar Turista, que otorga un cambio preferencial a todos los pagos efectuados con tarjetas de crédito emitidas fuera del país.
Esto permite abaratar los costos de viaje del turista foráneo y colocar al país en un segmento más competitivo en relación calidad-precio.
Recién a partir de diciembre las entidades crediticias pudieron otorgar ese beneficio a los turistas extranjeros y en el mientras tanto el castigo por ser exitoso o ahorrativo, para quienes quieren viajar al exterior la cartera económica creó el Dólar Qatar, cuyo valor se acerca bastante al dólar marginal, y en muchos casos lo supera.
El 2022 transcurrió entre quienes pedían el dólar Turista y los que bregaban por el dólar Qatar.
Un país que busca ser normal no puede, ni debe, tener tantos grises en una actividad que atraviesa transversalmente su economía.
Los intentos fallidos por contener al pasajero argentino dentro de nuestras fronteras se han repetido una y otra vez, y la balanza nunca fue nivelada.
Para que ello suceda, los turistas del mundo deben sentir que la distancia a recorrer para llegar a Argentina vale la pena; porque este es un país del carajo que los va a maravillar con su gente, su cultura, sus paisajes, no porque se pueden ahorrar unos mangos cambiando divisas en un mercado informal que desconocen y mete miedo.
Y el pasajero argentino debe tener la posibilidad de decidir dónde quiere gastar su dinero, sin ser castigado porque el Estado no sabe cómo resolver un problema que dejó crecer hasta transformarlo en un monstruo de dos cabezas.

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